viernes, 23 de septiembre de 2011

Extraits de l'entretiens de Georges Charbonnier avec Merleau-Ponty.







Extraits de l'entretiens de Georges Charbonnier avec Merleau-Ponty.




-Extraits des 4 h 45 d'entretiens radiophoniques avec Georges Charbonnier, diffusées du 25 mai au 7 août 1959-


Merleau-Ponty, Entretiens radiophoniques avec Georges Charbonnier, Oeuvres, Gallimard, Quarto, 2010.










"Quand je me souviens de mon enfance, je me souviens du bonheur. Je n'ai pas eu une enfance déchirée. (...) Freud disait que c'est un secours extraordinaire pour un être humain d'avoir été aimé. (...) J'ai eu ce secours aussi pleinement qu'on peut l'avoir. Il en résulte une espèce de loisir: je n'ai jamais été pressé, je n'ai jamais eu l'impression qu'il importait d'être un adulte tout de suite. (...) Je n'ai pas eu cette espèce de hâte que je vois chez certains jeunes gens d'à présent. Et pas non plus cette difficulté d'être avec soi-même qui est si répandue chez eux."


"Certains deviennent philosophes parce qu'ils sont le siège de conflits, parce qu'il y a en eux des tendances contradictoires. Alors, ils ont besoin d'arbitrer ces tendances ou de choisir entre elles. Ce n'est pas du tout mon cas. J'ai conçu la philosophie non pas comme un drame (...) mais plutôt comme quelque chose d'assez apparenté, en somme, à l'art, c'est-à-dire comme une tentative d'expression rigoureuse de faire passer en mots ce qui d'ordinaire ne se met pas en mots, ce qui quelquefois est considéré comme de l'ordre de l'inexprimable. Voilà le genre d'intérêt que la philosophie suscite chez moi d'emblée."


"Ce qui définit le philosophe, c'est toujours l'idée que l'on peut comprendre l'autre, que l'on peut comprendre l'adversaire."


"La philosophie ne serait pas ce qu'elle est s'il n'y avait pas chez les philosophes cette intention, non pas seulement de se poser, mais de comprendre ce qui n'est pas eux et de comprendre au besoin ce qui les contredit."









-Extractos de las 4.45 hs de entrevistas de radio con Georges Charbonnier, transmitido desde el 25 de mayo al 7 de agosto de 1959-




"Cuando me acuerdo de mi niñez, recuerdo la felicidad. No tuve una infancia desgarrada. (...) Freud decía que era un auxilio extraordinario para un ser humano haber sido amado. (...) Yo tuve este auxilio tan plenamente como se puede tenerlo. El resultado es una especie de ocio: yo no he sido jamás impaciente, nunca tuve la impresión de que era importante llegar a ser un adulto enseguida. (...) Yo no he tenido esta especie de prisa que yo veo en cierta gente jóvenes del presente. Y tampoco esta dificultad de ser con sí-mismos que es tan difundida entre ellos."


"Algunos se convierten en filósofos, porque ellos son la sede de conflictos, porque hay en ellos tendencias opuestas. Por lo que necesitan mediar estas tendencias o elegir entre ellas. Este no es del todo mi caso. Yo he concebido la filosofía no como un drama (...) sino más bien como alguna cosa bastante emparentada, en definitiva, al arte, es decir, como un intento de expresión rigurosa de poner en palabras lo que de ordinario no se pone en palabras, lo que a veces se considera como del orden de lo inexpresable. Este es genero de interés que la filosofía suscita en mi desde el principio.".


"Lo que define al filósofo, es siempre la idea de que el puede comprender al otro, que se puede comprender al adversario."


"La filosofía no sería lo que ella es si no hubiese en los filósofos tal intención, no sólo de poseer, sino de comprender lo que no es ellos y de comprender si es menester lo que los contradice."





lunes, 19 de septiembre de 2011

M. Merleau-Ponty: Le monde sensible et le monde de l'expression.






M. Merleau-Ponty: Le monde sensible
et le monde de l'expression.








- collection champcontrechamp, Genève, MetisPresses, 2011. 











La préparation du premier cours de Merleau-Ponty au Collège de France, Le monde sensible et le monde de l’expression (1953), est un document remarquable dont la publication était attendue depuis longtemps. A mi-chemin de son oeuvre, le philosophe entame une critique de ses premiers travaux ainsi qu’une réélaboration qui engage plusieurs directions fondamentales de sa recherche à venir. Que ce soit dans l’analyse de la vision en profondeur, de la perception du mouvement ou encore de l’éveil du schéma corporel dans l’action et la relation avec autrui, Merleau-Ponty revisite sa phénoménologie pour dégager les dimensions expressives de la vie perceptive, dans une réforme radicale de la notion de conscience. La publication de ce cours inédit ouvre donc des perspectives d’interprétation nouvelles sur l’évolution d’une philosophie dont l’actualité n’est plus à démontrer tant son influence sur la pensée contemporaine grandit. Elle offre enfin une illustration majeure des relations si fécondes que cette philosophie a su entretenir avec la neurologie, la psychologie de la forme, la psychanalyse, ou encore les arts visuels.




– Retranscription et établissement du texte par Emmanuel de Saint Aubert et Stéfan Kristensen.


– Le notes du cours sont précédées d’une préface accessible et de grande qualité d’Emmanuel de Saint Aubert, spécialiste majeur de l’oeuvre de Merleau-Ponty, dont il a rédigé la biographie intellectuelle, Du lien des êtres aux éléments de l’être, librairie Vrin

domingo, 18 de septiembre de 2011

Merleau-Ponty: Causeries 1948: "Le monde perçu et le monde de la science"







Merleau-Ponty: Causeries 1948: "Le monde perçu et le monde de la science" 

"The world of perception and the world of science" (English Subtitles)
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"El mundo percibido y el mundo de la ciencia"










 El mundo percibido
 y el mundo de la ciencia


El mundo de la percepción, es decir, aquel que nos revelan nuestros sentidos y la vida que ha­cemos, a primera vista parece el que mejor co­nocemos, ya que no se necesitan instrumentos ni cálculos para acceder a él, y, en apariencia, nos basta con abrir los ojos y dejarnos vivir para pene­trarlo. Sin embargo, esto no es más que una falsa apariencia. En estas conversaciones me gustaría mostrar que en una gran medida es ignorado por nosotros, mientras permanecemos en la actitud práctica o utilitaria; que hizo falta mucho tiempo, esfuerzos y cultura para ponerlo al desnudo, y que uno de los méritos del arte y el pensamiento mo­dernos (con esto entiendo el arte y el pensamien­to desde hace cincuenta o setenta años) es hacernos redescubrir este mundo donde vivimos pero que siempre estamos tentados de olvidar.

Esto es particularmente cierto en Francia. Uno de los rasgos, no sólo de las filosofías francesas, si­no también de lo que un poco vagamente se lla­ma el espíritu francés, es reconocer a la ciencia y los conocimientos científicos un valor tal que to­da nuestra experiencia vivida del mundo resulta de un sólo golpe desvalorizada. Si quiero saber qué cosa es la luz, ¿no debo dirigirme al físico? ¿No es él quien me dirá si la luz, como se lo pen­só durante un tiempo, es un bombardeo de pro­yectiles incandescentes o, como también se lo creyó, una vibración del éter o, por último, como lo admite una teoría más reciente, un fenómeno asimilable a las oscilaciones electromagnéticas? ¿De qué serviría consultar aquí nuestros sentidos, demorarnos en lo que nuestra percepción nos en­seña de los colores, los reflejos y las cosas que los soportan, ya que, manifiestamente, éstas no son sino apariencias, y tan sólo el saber metódico del sabio, sus medidas, sus experiencias pueden ha­cernos salir de las ilusiones donde viven nuestros sentidos y hacernos acceder a la verdadera naturaleza de las cosas? ¿No consistió, el progreso del saber, en olvidar lo que nos dicen los sentidos ingenuamente consultados y que no tiene lugar en un cuadro verdadero del mundo, sino como una particularidad de nuestra organización humana, de la que la ciencia fisiológica dará cuenta un día, como ya explica las ilusiones del miope o del présbite? El mundo verdadero no son esas luces, esos colores, ese espectáculo de carne que me dan mis ojos; son las ondas y los corpúsculos de los que me habla la ciencia y que encuentra tras esas fantasías sensibles.








Descartes llegó a decir que únicamente a tra­vés del examen de las cosas sensibles, y sin recu­rrir a los resultados de las investigaciones erudi­tas, yo puedo descubrir la impostura de mis sentidos y aprender a no confiar sino en la inteligencia. [1](1) Digo que veo un trozo de cera. Pero ¿qué es exactamente esta cera? Con seguridad, no es ni el color blancuzco, ni el olor floral que acaso todavía conservó, ni esa blandura que siente mi dedo, ni ese ruido opaco que hace la cera cuando la dejo caer. Nada de todo eso es constitutivo de la cera, porque puede perder todas esas cualidades sin dejar de existir, por ejemplo si la hago fundir y se transforma en un líquido incoloro, sin un olor apreciable y que ya no resiste a la presión de mi dedo. Sin embargo, digo que la misma cera sigue estando ahí. Entonces, ¿cómo hay que entenderlo? Lo que permanece, a pesar del cambio de estado, no es más que un fragmento de materia sin cualidades, y en su punto límite cierto poder de ocupar el espacio, de recibir diferentes formas, sin que ni el espacio ocupado ni la forma recibida sean en modo alguno determinados. Ése es el núcleo real y permanente de la cera. Sin embargo, es manifiesto que esa realidad de la cera no se revela solamente a los sentidos, porque ellos siempre me ofrecen objetos de un tamaño y una forma determinados. En consecuencia, la verdadera cera no se ve con los ojos. (b) Sólo es posible concebirla con la inteligencia. Cuando yo creo ver la cera con mis ojos, lo único que hago es pensar, a través de las cualidades que caen por su propio peso, en la cera desnuda y sin cualidades que es su fuente común. Para Descartes, por lo tanto -y durante mucho tiempo esta idea fue omnipotente en la tradición filosófica en Francia-, la percepción no es más que un comienzo de ciencia todavía confusa. La relación de la percepción con la ciencia es la de la apariencia con la realidad. Nuestra dignidad es remitirnos a la inteligencia, que es la única que nos descubrirá la verdad del mundo.








Hace un rato, cuando dije que el pensamiento y el arte moderno rehabilitan la percepción y el mundo percibido, naturalmente no quise decir que negaban el valor de la ciencia, ya sea como instrumento del desarrollo técnico o como escue­la de exactitud y veracidad. La ciencia fue y sigue siendo el campo donde debe aprenderse lo que es una verificación, lo que es una investigación es­crupulosa, lo que es la crítica de uno mismo y de sus propios prejuicios. Bueno era que se esperara todo de ella en un tiempo donde aún no existía. Pero la cuestión que el pensamiento moderno plantea a su respecto no está destinada a impug­narle la existencia o a cerrarle ningún campo. Se trata de saber si la ciencia ofrece u ofrecerá una representación del mundo que sea completa, que se baste, que de algún modo (c) se cierre sobre sí misma de tal manera que no tengamos ya que plantearnos ninguna cuestión válida más allá. No se trata de negar o limitar la ciencia; se trata de sa­ber si ella tiene el derecho de negar o excluir como ilusorias todas las búsquedas que no proce­den, como ella, por medidas, comparaciones y que no concluyen con leyes tales como las de la física clásica, encadenando tales consecuencias a tales condiciones. No sólo esta cuestión no señala nin­guna hostilidad respecto de la ciencia, sino que in­cluso es la propia ciencia la que, en sus desarrollos más recientes, nos obliga a plantearla y nos invita a responderla negativamente.

Porque, desde fines del siglo XIX, los sabios se acostumbraron a considerar sus leyes y teorías no ya como la imagen exacta de lo que ocurre en la Naturaleza, sino como esquemas siempre más simples que el acontecimiento natural, destinados a ser corregidos por una investigación más preci­sa, en una palabra, como conocimientos aproxi­mados. Los hechos que nos propone la experien­cia están sometidos por la ciencia a un análisis que no podemos esperar que alguna vez se concluya, puesto que no hay límites a la observación y por­que siempre es posible imaginarla más completa o exacta de lo que es en un momento determinado. Lo concreto, lo sensible asignan a la ciencia la ta­rea de una elucidación interminable, y de esto resulta que no es posible considerarlo, a la manera clásica, como una simple apariencia destinada a que la inteligencia científica la supere. El hecho percibido y, de una manera general los aconteci­mientos de la historia del mundo no pueden ser deducidos de cierta cantidad de leyes que com­pondrían la cara permanente del universo; a la in­versa, es la ley precisamente una expresión apro­ximada del acontecimiento físico y deja subsistir su opacidad. El sabio de hoy no tiene ya, como el del período clásico, la ilusión de acceder al cora­zón de las cosas, al objeto mismo. En este punto, la física de la relatividad confirma que la objetividad absoluta y última es un sueño, mostrándonos (d) cada observación estrictamente ligada a la posi­ción del observador, inseparable de su situación, y rechazando la idea de un observador absoluto. En la ciencia, no podemos jactarnos de llegar me­diante el ejercicio de una inteligencia pura y no si­tuada a un objeto puro de toda huella humana y tal como Dios lo vería. Lo cual nada quita a la ne­cesidad de la investigación científica y sólo com­bate el dogmatismo de una ciencia que se consi­deraría el saber absoluto y total. Simplemente, esto hace justicia a todos los elementos de la ex­periencia humana, y en particular a nuestra per­cepción sensible. 

Mientras que la ciencia y la filosofía de las cien­cias abrían así la puerta a una exploración del mundo percibido, la pintura, la poesía y la filoso­fía entraban (e) resueltamente en el dominio que les era así reconocido y nos daban de las cosas, del es­pacio, de los animales y hasta del hombre visto desde afuera, tal y como aparece en el campo de nuestra percepción, una visión muy nueva y muy característica de nuestro tiempo. En nuestras próximas conversaciones nos gustaría describir algu­nas de las adquisiciones de esta búsqueda.* 





[1] Según la grabación: "Descartes decía incluso que única­mente el examen de las cosas sensibles, y sin recurrir a los re­sultados de las investigaciones eruditas, me permite descubrir y aprender a no confiar sino en la inteligencia." 


(1) Descartes, Méditations métaphysiques, Méditation seconde, en: Œuvres, ed. A.T., vol. 9, París, Cerí 1904, reed. en París, Vrin, 1996, pp. 23 y ss..; en: Œuvres et lettres, París, Gallimard, col. "La Pléiade", 1937, pp. 279 y ss. 


(b) Según la grabación: "En consecuencia, dice Descartes, la verdadera cera no se ve con los ojos". 


(c) Según la grabación: "de alguna manera" 


(d) Según la grabación: "Nos muestra [...]". 


(e) Según la grabación: "Mientras que la ciencia y la filoso­fía de las ciencias abrían así la puerta a una exploración del mundo percibido, resulta que la pintura, la poesía y la filosofía entraban [...]". 


* Texto de: El mundo de la percepción: siete conferencias. Buenos Aires: Fondo de Cultura, Económica de Argentina, 2003. Trad. de Víctor Goldstein.




Notas:

Este extracto forma parte de unas conversaciones que fueron redactadas por Maurice Merleau-Ponty para una difusión radial en 1948, para el programa Hora de cultura francesa. Su grabación se conserva actualmente en el Institut National de l'Audiovisuel (INA). Me he inclinado a citar este bello texto, pues en él se encuentra contenido un perfil muy rico de la filosofía de Merleau-Ponty en su periodo medio. En primer lugar, el reconocimiento de una situación de olvido e ignorancia contemporánea de la percepción (en consonancia con los trabajos del Husserl tardío), por parte del hombre en su actitud práctica, como de la ciencia en sus elaboraciones teóricas. Ambos olvidan el mundo de la percepción que se dona a los sentidos: "El mundo verdadero no son esas luces, esos colores, ese espectáculo de carne que me dan mis ojos; son las ondas y los corpúsculos de los que me habla la ciencia y que encuentra tras esas fantasías sensibles". Pero esta situación, se remonta a los orígenes de la ciencia moderna, y de su comprensión. Descartes es, en este sentido, uno de los fundadores de la comprensión científica del mundo, de allí el famoso análisis del pedazo de cera considerado por Merleau-Ponty. Y es esa cosmovisión "clásica" la que ha caído en detrimento: "El sabio de hoy no tiene ya, como el del período clásico, la ilusión de acceder al cora­zón de las cosas, al objeto mismo. En este punto, la física de la relatividad confirma que la objetividad absoluta y última es un sueño, mostrándonos cada observación estrictamente ligada a la posi­ción del observador, inseparable de su situación, y rechazando la idea de un observador absoluto." Al mismo tiempo que el plano científico se abre a otra comprensión, otras formas de la cultura moderna otorgan nuevas maneras de desvelar el mundo percibido -en donde nace toda comprensión-. La pintura, la poesía, esas no-filosofías -como luego las denominará Merleau-Ponty-, se vuelven fuentes de sentido. Estas conferencias que de este modo se inician, son una especie de "reducción fenomenológica" entre líneas, buscan acentuar la diferencia entre aquel mundo clásico y este mundo moderno, mostrando nuevos signos que, ya en el pensamiento maduro de Merleau-Ponty, detonan la posibilidad de una nueva ontología, la ontología de lo sensible.


René Fernando Aramayo