Merleau-Ponty: Causeries 1948: "Le monde perçu et le monde de la science"
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"The world of perception and the world of science" (English Subtitles)
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"El mundo percibido y el mundo de la ciencia"
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"The world of perception and the world of science" (English Subtitles)
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"El mundo percibido y el mundo de la ciencia"
El mundo percibido
y el mundo de la ciencia
El mundo de la percepción, es decir, aquel que nos revelan nuestros sentidos y la vida que hacemos, a primera vista parece el que mejor conocemos, ya que no se necesitan instrumentos ni cálculos para acceder a él, y, en apariencia, nos basta con abrir los ojos y dejarnos vivir para penetrarlo. Sin embargo, esto no es más que una falsa apariencia. En estas conversaciones me gustaría mostrar que en una gran medida es ignorado por nosotros, mientras permanecemos en la actitud práctica o utilitaria; que hizo falta mucho tiempo, esfuerzos y cultura para ponerlo al desnudo, y que uno de los méritos del arte y el pensamiento modernos (con esto entiendo el arte y el pensamiento desde hace cincuenta o setenta años) es hacernos redescubrir este mundo donde vivimos pero que siempre estamos tentados de olvidar.
Esto es particularmente cierto en Francia. Uno de los rasgos, no sólo de las filosofías francesas, sino también de lo que un poco vagamente se llama el espíritu francés, es reconocer a la ciencia y los conocimientos científicos un valor tal que toda nuestra experiencia vivida del mundo resulta de un sólo golpe desvalorizada. Si quiero saber qué cosa es la luz, ¿no debo dirigirme al físico? ¿No es él quien me dirá si la luz, como se lo pensó durante un tiempo, es un bombardeo de proyectiles incandescentes o, como también se lo creyó, una vibración del éter o, por último, como lo admite una teoría más reciente, un fenómeno asimilable a las oscilaciones electromagnéticas? ¿De qué serviría consultar aquí nuestros sentidos, demorarnos en lo que nuestra percepción nos enseña de los colores, los reflejos y las cosas que los soportan, ya que, manifiestamente, éstas no son sino apariencias, y tan sólo el saber metódico del sabio, sus medidas, sus experiencias pueden hacernos salir de las ilusiones donde viven nuestros sentidos y hacernos acceder a la verdadera naturaleza de las cosas? ¿No consistió, el progreso del saber, en olvidar lo que nos dicen los sentidos ingenuamente consultados y que no tiene lugar en un cuadro verdadero del mundo, sino como una particularidad de nuestra organización humana, de la que la ciencia fisiológica dará cuenta un día, como ya explica las ilusiones del miope o del présbite? El mundo verdadero no son esas luces, esos colores, ese espectáculo de carne que me dan mis ojos; son las ondas y los corpúsculos de los que me habla la ciencia y que encuentra tras esas fantasías sensibles.
Descartes llegó a decir que únicamente a través del examen de las cosas sensibles, y sin recurrir a los resultados de las investigaciones eruditas, yo puedo descubrir la impostura de mis sentidos y aprender a no confiar sino en la inteligencia. [1](1) Digo que veo un trozo de cera. Pero ¿qué es exactamente esta cera? Con seguridad, no es ni el color blancuzco, ni el olor floral que acaso todavía conservó, ni esa blandura que siente mi dedo, ni ese ruido opaco que hace la cera cuando la dejo caer. Nada de todo eso es constitutivo de la cera, porque puede perder todas esas cualidades sin dejar de existir, por ejemplo si la hago fundir y se transforma en un líquido incoloro, sin un olor apreciable y que ya no resiste a la presión de mi dedo. Sin embargo, digo que la misma cera sigue estando ahí. Entonces, ¿cómo hay que entenderlo? Lo que permanece, a pesar del cambio de estado, no es más que un fragmento de materia sin cualidades, y en su punto límite cierto poder de ocupar el espacio, de recibir diferentes formas, sin que ni el espacio ocupado ni la forma recibida sean en modo alguno determinados. Ése es el núcleo real y permanente de la cera. Sin embargo, es manifiesto que esa realidad de la cera no se revela solamente a los sentidos, porque ellos siempre me ofrecen objetos de un tamaño y una forma determinados. En consecuencia, la verdadera cera no se ve con los ojos. (b) Sólo es posible concebirla con la inteligencia. Cuando yo creo ver la cera con mis ojos, lo único que hago es pensar, a través de las cualidades que caen por su propio peso, en la cera desnuda y sin cualidades que es su fuente común. Para Descartes, por lo tanto -y durante mucho tiempo esta idea fue omnipotente en la tradición filosófica en Francia-, la percepción no es más que un comienzo de ciencia todavía confusa. La relación de la percepción con la ciencia es la de la apariencia con la realidad. Nuestra dignidad es remitirnos a la inteligencia, que es la única que nos descubrirá la verdad del mundo.
Hace un rato, cuando dije que el pensamiento y el arte moderno rehabilitan la percepción y el mundo percibido, naturalmente no quise decir que negaban el valor de la ciencia, ya sea como instrumento del desarrollo técnico o como escuela de exactitud y veracidad. La ciencia fue y sigue siendo el campo donde debe aprenderse lo que es una verificación, lo que es una investigación escrupulosa, lo que es la crítica de uno mismo y de sus propios prejuicios. Bueno era que se esperara todo de ella en un tiempo donde aún no existía. Pero la cuestión que el pensamiento moderno plantea a su respecto no está destinada a impugnarle la existencia o a cerrarle ningún campo. Se trata de saber si la ciencia ofrece u ofrecerá una representación del mundo que sea completa, que se baste, que de algún modo (c) se cierre sobre sí misma de tal manera que no tengamos ya que plantearnos ninguna cuestión válida más allá. No se trata de negar o limitar la ciencia; se trata de saber si ella tiene el derecho de negar o excluir como ilusorias todas las búsquedas que no proceden, como ella, por medidas, comparaciones y que no concluyen con leyes tales como las de la física clásica, encadenando tales consecuencias a tales condiciones. No sólo esta cuestión no señala ninguna hostilidad respecto de la ciencia, sino que incluso es la propia ciencia la que, en sus desarrollos más recientes, nos obliga a plantearla y nos invita a responderla negativamente.
Porque, desde fines del siglo XIX, los sabios se acostumbraron a considerar sus leyes y teorías no ya como la imagen exacta de lo que ocurre en la Naturaleza, sino como esquemas siempre más simples que el acontecimiento natural, destinados a ser corregidos por una investigación más precisa, en una palabra, como conocimientos aproximados. Los hechos que nos propone la experiencia están sometidos por la ciencia a un análisis que no podemos esperar que alguna vez se concluya, puesto que no hay límites a la observación y porque siempre es posible imaginarla más completa o exacta de lo que es en un momento determinado. Lo concreto, lo sensible asignan a la ciencia la tarea de una elucidación interminable, y de esto resulta que no es posible considerarlo, a la manera clásica, como una simple apariencia destinada a que la inteligencia científica la supere. El hecho percibido y, de una manera general los acontecimientos de la historia del mundo no pueden ser deducidos de cierta cantidad de leyes que compondrían la cara permanente del universo; a la inversa, es la ley precisamente una expresión aproximada del acontecimiento físico y deja subsistir su opacidad. El sabio de hoy no tiene ya, como el del período clásico, la ilusión de acceder al corazón de las cosas, al objeto mismo. En este punto, la física de la relatividad confirma que la objetividad absoluta y última es un sueño, mostrándonos (d) cada observación estrictamente ligada a la posición del observador, inseparable de su situación, y rechazando la idea de un observador absoluto. En la ciencia, no podemos jactarnos de llegar mediante el ejercicio de una inteligencia pura y no situada a un objeto puro de toda huella humana y tal como Dios lo vería. Lo cual nada quita a la necesidad de la investigación científica y sólo combate el dogmatismo de una ciencia que se consideraría el saber absoluto y total. Simplemente, esto hace justicia a todos los elementos de la experiencia humana, y en particular a nuestra percepción sensible.
Mientras que la ciencia y la filosofía de las ciencias abrían así la puerta a una exploración del mundo percibido, la pintura, la poesía y la filosofía entraban (e) resueltamente en el dominio que les era así reconocido y nos daban de las cosas, del espacio, de los animales y hasta del hombre visto desde afuera, tal y como aparece en el campo de nuestra percepción, una visión muy nueva y muy característica de nuestro tiempo. En nuestras próximas conversaciones nos gustaría describir algunas de las adquisiciones de esta búsqueda.*
[1] Según la grabación: "Descartes decía incluso que únicamente el examen de las cosas sensibles, y sin recurrir a los resultados de las investigaciones eruditas, me permite descubrir y aprender a no confiar sino en la inteligencia."
(1) Descartes, Méditations métaphysiques, Méditation seconde, en: Œuvres, ed. A.T., vol. 9, París, Cerí 1904, reed. en París, Vrin, 1996, pp. 23 y ss..; en: Œuvres et lettres, París, Gallimard, col. "La Pléiade", 1937, pp. 279 y ss.
(b) Según la grabación: "En consecuencia, dice Descartes, la verdadera cera no se ve con los ojos".
(c) Según la grabación: "de alguna manera"
(d) Según la grabación: "Nos muestra [...]".
(e) Según la grabación: "Mientras que la ciencia y la filosofía de las ciencias abrían así la puerta a una exploración del mundo percibido, resulta que la pintura, la poesía y la filosofía entraban [...]".
* Texto de: El mundo de la percepción: siete conferencias. Buenos Aires: Fondo de Cultura, Económica de Argentina, 2003. Trad. de Víctor Goldstein.
Notas:
René Fernando Aramayo
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