Merleau-Ponty: Causeries 1948: "Exploration du monde perçu: l'espace"
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"Exploration of the Perceived World: Space" (English Subtitles)
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"Exploración del mundo
percibido: el espacio"
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"Exploration of the Perceived World: Space" (English Subtitles)
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"Exploración del mundo
percibido: el espacio"
2.
Exploración del mundo
percibido:
el espacio
A menudo se
observó que el pensamiento y el arte modernos son difíciles: es más difícil
comprender y apreciar a Picasso que a Poussin o a Chardin, a Giraudoux o a
Malraux que a Marivaux o a Stendhal. Y en ocasiones se ha inferido de esto
(como el señor Benda en La
France byzantine)(1) que los escritores modernos eran
bizantinos, difíciles solamente porque no tenían nada que decir y reemplazaban
el arte por la sutileza. No existe juicio más ciego que ése. El pensamiento
moderno es difícil, hace diametralmente lo contrario del sentido común porque
tiene la preocupación por la verdad y la experiencia ya no le permite, honestamente,
atenerse a ciertas ideas claras o sencillas a las que el sentido común está
vinculado porque le dan tranquilidad.
De este
oscurecimiento de las nociones más sencillas, de esta revisión de los conceptos
clásicos que persigue el pensamiento moderno en nombre de la experiencia, querría encontrar hoy un ejemplo
en la idea que en primer lugar parece la más clara de todas: la idea de
espacio. La ciencia clásica está fundada en una distinción clara del espacio y
el mundo físico. El espacio es el medio homogéneo donde las cosas están
distribuidas según tres dimensiones, y donde conservan su identidad a despecho
de todos los cambios de lugar. Hay muchos casos en los que, por haber
desplazado un objeto, se ve que sus propiedades cambian -como, por ejemplo, el
peso, si se transporta el objeto del polo al ecuador, o incluso la forma, si el
aumento de la temperatura deforma el sólido-. Pero justamente tales cambios de
propiedades no son imputables al propio desplazamiento, ya que el espacio es el
mismo en el polo y en el ecuador; son las condiciones físicas de temperatura
las que varían aquí y allá; el campo de la geometría sigue siendo rigurosamente
distinto del de la física, la forma y el contenido del mundo no se mezclan. Las
propiedades geométricas del objeto seguirían siendo las mismas en el curso de
su desplazamiento, de no ser por las condiciones físicas variables a las que se
ve sometido. Tal era el presupuesto de la ciencia clásica. Todo cambia cuando,
con las geometrías llamadas no euclidianas, se llega a concebir el espacio
como una curvatura propia, una alteración de las cosas por el solo hecho de su
desplazamiento, una heterogeneidad de las partes del espacio y de sus dimensiones
que dejan de ser sustituibles una por otra y afectan a los cuerpos que en él se
desplazan con ciertos cambios. En vez de un mundo
donde la parte de lo idéntico y la del cambio están estrictamente delimitadas y
referidas a principios diferentes, tenemos un mundo donde los objetos no
podrían encontrarse consigo mismos en una identidad absoluta, donde forma y
contenido están como embrollados y mezclados y que, finalmente, ha dejado de
ofrecer esa armadura rígida que le suministraba el espacio homogéneo de
Euclides. Se vuelve imposible distinguir rigurosamente el espacio y las cosas
en el espacio, la mera idea del espacio y el espectáculo concreto que nos dan
nuestros sentidos.
Pero las
investigaciones de la pintura moderna concuerdan curiosamente con las de la
ciencia. La enseñanza clásica distingue el dibujo y el color: (a) se dibuja el esquema
espacial del objeto, luego se lo llena de colores. Cézanne, por el contrario,
dice: "a medida que se pinta, se dibuja"(2) -queriendo decir que ni en el mundo percibido ni sobre el cuadro (b) que lo expresa, el contorno y la forma
del objeto no son estrictamente distintos de la cesación o la alteración de
los colores, de la modulación coloreada que debe contenerlo todo: forma, color
propio, fisonomía del objeto relación
con los objetos vecinos-. Cézanne quiere engendrar el contorno y la forma de
los objetos como la naturaleza los engendra bajo nuestra mirada: mediante la
disposición de los colores. Y de ahí proviene que la manzana que pinta,
estudiada con una paciencia infinita en su textura coloreada, termina por
hincharse, por estallar fuera de los límites que le impondría el juicioso
dibujo.
En este
esfuerzo por recuperar el mundo tal y como lo captamos en la experiencia
vivida, todas las precauciones del arte clásico vuelan en pedazos. La
enseñanza clásica de la pintura está basada en la perspectiva, es decir, que
el pintor, en presencia por ejemplo de un paisaje, decide no poner sobre su
tela más que una representación totalmente convencional de lo que ve. Ve el
árbol a su lado, luego fija su mirada más lejos, sobre la ruta; luego,
finalmente, la dirige al horizonte, y, según el punto que fije, las dimensiones
aparentes de los otros objetos son continuamente modificadas. En su tela, se
las arreglará para no hacer figurar más que un acuerdo entre esas diversas visiones,
se esforzará por encontrar un común denominador a todas esas percepciones
atribuyendo a cada objeto no el tamaño y los colores y el aspecto que presenta
cuando el pintor lo mira sino un tamaño y un aspecto convencional, los que se
ofrecerían a una mirada dirigida sobre la línea del horizonte en cierto punto
de fuga hacia el cual se orientan en adelante todas las líneas del paisaje que
corren del pintor hacia el horizonte. En consecuencia, los paisajes así pintados tienen
el aspecto apacible, decente, respetuoso que les viene del hecho de que están
dominados por una mirada fijada en el infinito. Están a distancia, el
espectador no está comprometido con ellos, están en buena compañía, (c) y la mirada se desliza con facilidad
sobre un paisaje sin asperezas que nada opone a su facilidad soberana. Pero no
es así como el mundo se presenta a nosotros en el contacto con él que nos da
la percepción. A cada momento, mientras nuestra mirada viaja a través del
panorama, estamos sometidos a cierto punto de vista, y esas instantáneas
sucesivas, para una parte determinada del paisaje, no son superponibles. El
pintor sólo logró dominar esa serie de visiones y extraer un solo paisaje
eterno a condición de interrumpir el modo natural de visión: a menudo cierra
un ojo, mide con su lápiz el tamaño aparente de un detalle, el que modifica
con ese procedimiento, y, sometiéndolos a todos a esa visión analítica,
construye así sobre su tela una representación del paisaje que no corresponde
a ninguna de las visiones libres, domina su desarrollo agitado, pero al mismo
tiempo suprime su vibración y su vida. Si muchos pintores, desde Cézanne, se
negaron a someterse a la ley de la perspectiva geométrica, es porque querían
volver a adueñarse de él y ofrecer el propio nacimiento del paisaje bajo nuestra mirada, porque no se contentaban
con un informe analítico y querían alcanzar el propio estilo de la experiencia
perceptiva. Las diferentes partes de su cuadro, pues, son vistas desde
diferentes puntos de vista, que dan al espectador desatento la impresión de
"errores de perspectiva"; pero a quienes miran atentamente dan la
sensación de un mundo donde dos objetos jamás son vistos simultáneamente,
donde, entre las partes del espacio, siempre se interpone la duración
necesaria para llevar nuestra mirada de una a otra, donde el ser, por
consiguiente, no está dado, sino que aparece o se transparenta a través del
tiempo.
Por lo
tanto, el espacio no es ya ese medio de las cosas simultáneas que podría
dominar un observador absoluto igualmente cercano a todas ellas, sin punto de
vista, sin cuerpo, sin situación espacial, en suma, pura inteligencia. El
espacio de la pintura moderna, decía hace poco Jean Paulhan, es el
"espacio sensible al corazón",(3) donde también nosotros estamos situados, cercano a nosotros, orgánicamente
ligado a nosotros. "Es posible que en un tiempo consagrado a la medida
técnica, y como devorado por la cantidad, agregaba Paulhan, el pintor cubista
celebre a su manera, en un espacio acordado no tanto a
nuestra inteligencia como a nuestro corazón, alguna sorda boda y
reconciliación del mundo con el hombre."(4) (*)
Tras la
ciencia y la pintura, también la filosofía y sobre todo la psicología parecen
percatarse de que nuestras relaciones con el espacio no son las de un puro
sujeto desencarnado con un objeto lejano, sino las de un habitante del espacio
con su medio familiar. Ya sea, por ejemplo, comprender esa famosa ilusión
óptica ya estudiada por Malebranche y que hace que la Luna , al levantarse, cuando
aún está en el horizonte, nos parezca mucho más grande que cuando llega al cenit. (5) Aquí, Malebranche suponía que la
percepción humana, por una suerte de razonamiento, sobrestima el tamaño del
astro. En efecto, si lo miramos a través de un tubo de cartón o una caja de
fósforos, la ilusión desaparece. Por lo tanto se debe a que, al salir, la luna
se presenta a nosotros más allá de los campos, los muros, los árboles, y esa
gran cantidad de objetos interpuestos nos hace sensible su gran distancia, de
donde inferimos que, para conservar el tamaño aparente que tiene, al estar sin embargo tan alejada, es preciso que la luna sea
muy grande. Aquí, el sujeto que percibe sería comparable al sabio que juzga,
estima, infiere, y el tamaño percibido en realidad sería figurado. No es así
como la mayoría de los psicólogos de hoy comprenden la ilusión de la luna en el
horizonte. Han descubierto mediante experiencias sistemáticas que es una
propiedad general de nuestro campo de percepción el hecho de implicar una
notable constancia de los tamaños aparentes en el plano horizontal, mientras
que, por el contrario, disminuyen muy rápido con la distancia en un plano
vertical, y eso sin duda porque el plano horizontal, para nosotros, seres
terrestres, es aquel donde se realizan los desplazamientos vitales, donde se
da nuestra actividad. Así, lo que Malebranche interpretaba por la actividad de
una pura inteligencia, los psicólogos de esta escuela lo refieren a una
propiedad natural de nuestro campo de percepción, de nosotros, seres encarnados
y obligados a moverse sobre la tierra. Tanto en psicología como en geometría,
la idea de un espacio homogéneo ofrecido por completo a una inteligencia
incorpórea es reemplazada por la de un espacio heterogéneo, con direcciones
privilegiadas, que se encuentran en relación con nuestras particularidades
corporales y nuestra situación de seres arrojados al mundo. Tropezamos aquí por
primera vez con esa idea de que el hombre no es un espíritu y un cuerpo,
sino un espíritu con un cuerpo, y que sólo accede a la verdad de las
cosas porque su cuerpo está como plantado en ellas. La próxima
conversación nos mostrará que esto no sólo es cierto con respecto al espacio, y
que, en general, todo ser exterior sólo nos es accesible a través de nuestro
cuerpo, y revestido de atributos humanos que también hacen de él una mezcla de
espíritu y cuerpo.
(1) J. Benda, La France byzantine ou le
Triomphe de la littérature pure, Mallarmé, Gide, Valéry, Alain, Giraudoux,
Suarès, les surréalistes, essai d'une psychologie originelle du littérateur, París,
Gallimard, 1945; reed. en París, UGE, col. "10/18", 1970.
(a) Según la grabación: "La enseñanza
clásica, en pintura, distingue el dibujo y el color [...]".
(2) Émile Bernard, Souvenirs sur Paul Cézanne, París,
Á la rénovation esthétique, 1921, p. 39; retomado en: Joachim Gasquet, Cézanne,
París, Bernheim-Jeune, 1926; reed. en Grenoble, Cynara, 1988, p. 204.
(3) En la grabación: "en el cuadro".
(3) En la grabación: "en el cuadro".
(c) Según la grabación:
"están, se podría decir, en buena compañía".
(3) "La pintura
moderna o el espacio sensible al corazón", en La Table
ronde, núm. 2, feb. de 1948, p. 280; "el espacio sensible al
corazón", la expresión es retomada en ese artículo reformado para La Peinture cubiste [1953], París, Galhmard, col. "Folio
essais", 1990, p. 174.
(4) La Table ronde, ob. cit, p. 280.
(*)Todas las citas que aparecen en estas
conversaciones han sido traducidas para la presente edición [N. del T.].
(5) Malebranche, De la recherche de la
vérité, 1,1, cap. 7, § 5, ed. por G. Lewis, París, Vrin, tomo 1, 1945,
pp. 39-40; en Œuvres complètes, París, Gallimard, col. "La Pléiade ", 1979, tomo i, pp. 70-71.
* Texto de: El mundo de la percepción: siete conferencias. Buenos Aires: Fondo de Cultura, Económica de Argentina, 2003. Trad. de Víctor Goldstein
* Texto de: El mundo de la percepción: siete conferencias. Buenos Aires: Fondo de Cultura, Económica de Argentina, 2003. Trad. de Víctor Goldstein
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